Trepa el norte las calles empedradas
busca ansioso el desgarro del adobe,
penetrar el olvido, unirse
a las termitas peregrinas
en los brazos de roble descarnados.

No cabe más tristeza ya en el cuévano.
Todos los otoños sueña con la uva
y en sus entrañas guarda
cuerpos de ratas, polvo
donde danzan los sueños.

A la mesa se sientan las estrellas
y no falta la luna
con su chorro de luz,
bálsamo de la noche
que hace  inquietas las sombras .
Y acudirá  la lluvia,
que ha de alumbrar el hielo,
dolor para una herida
que el sol no ha de sanar.

Recuento los tejados cada agosto
adelgazan los números,
en el portal me esperan los abrazos,
nos esforzamos en seguir viniendo
y a veces somos más, por unos días
el bullicio infantil
acalla los rugidos
de vigas que se vencen,
repetimos las conversaciones, aprendimos
a hablar de  nuestros muertos habitando la casa.
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