Isla de hierro y níquel
en mi mano despunta
el volcán que imagino,
tus aristas se tornan acantilados
en este mar de aire.
Habitante de tiempos infinitos
nacido del caos,
del fuego cósmico, hoy
refugiado entre libros
a tus espaldas grises
los versos fabulan con tu viaje.
Quizás no lo recuerdes
pero estabas en Londres,
yo traía los ojos indigestos
tras un día en el British Museum
y tú estabas allí,
en el escaparate
perdido en un rincón.
Fue más que una mirada
y pregunté por ti,
dijeron que eras cierto
y al cogerte
sentí la armonía del espacio,
también su virulencia,
cien gramos de materia y ser,
denso viajero.
Confundí mi deseo de traerte
con tu deseo de venir,
desde entonces
nos hemos asomado muchas veces
al profundo misterio de la noche,
tú, al abrigo de la mano
pilotando mi sueño, 
yo, persiguiendo la estela de luz
dejada por las estrellas muertas.
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