Oler la humedad de la mañana,
 el lento despertar del rocío
que ilumina la hierba,
esas pequeñas lágrimas que quedan suspendidas,
equilibristas de la umbría.
 Andar entre gigantes de piel gruesa
 heridos por el hombre,
 en carne viva se alzan
 dignos, majestuosos, eternos.
 También están aquellos, los vencidos,
residencia de hongos y líquenes,
se perpetúan en el tiempo desmigados
en la vida de otros.
Me suelo detener,
descubro en su derrota la belleza,
quizás les venció un rayo,
el azar o el implacable devenir 
que les arrebató el esplendor verde.
Serpentea la senda
y el agua nos regala algún murmullo,
una fuente perdida en la espesura,
algún trino,
una emoción de helechos
que ensancha mis pupilas.
 Cómo será la noche me pregunto
 ¿habrá otro despertar que desconozco?
 los ojos infinitos que se ocultan
 ¿darán vida al silencio?
 Todo aquí es perfecto.
Todo dura un instante.
 Y es verdad.

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