Volvía de Córdoba
atravesando la mancha,
volvía de ese sueño de calles blancas
estrechas y en silencio,
volvía de ese oasis de palmeras de mármol,
ausente, entusiasmado por sus
patios a punto de estallar , tras la sombra de
cristos y vírgenes atravesando 
el Guadalquivir, un río en calma .

Volvía en compañía de Maimónides, de Averroes,
 y traía conmigo la lluvia delicada
calando mi soledad ,
frente al cristo de los faroles,
que al fondo de la plaza
se asomaba a la noche
entre el inquietante baile de las luminarias.
Volvía ausente
y al girar la cabeza , contemplé
el sol que adormecía
sobre el angosto campo de la mancha.
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